jueves, 5 de junio de 2014

La República y el Nosotros

 

 

 

 

La República y el Nosotros

Por Hugo Abarca

Ningún gran cambio democrático se produce sin fervor popular. Y todo fervor popular es hijo de una identidad colectiva, de un Nosotros. Eso lo ha sabido toda ideología que haya propuesto cambios a mejor o a peor: los nacionalistas, las feministas, los socialistas, los comunistas, los fascistas, los ecologistas, los distintos tipos de liberales... siempre pusieron un sentimiento identitario a tirar del carro del cambio. Los nacionalistas hablan de la nación, las feministas de las mujeres, los socialistas (de verdad) y los comunistas de clase, los fascistas de raza o de nación según el momento y el país, los ecologistas apelan a la humanidad presente y futura o a la Tierra, los primeros liberales (los revolucionarios hijos de la Ilustración) reivindicaban al pueblo, los que hoy se llaman liberales vuelven con la nación. Los cambios hacia el socialismo en América Latina han venido de la mano de la patria: la patria entendida como país y la patria grande, América Latina acompañada de pueblo, ciudadanía y en algún caso (el indigenismo boliviano, por ejemplo) de la raza, la etnia, en sentido liberador, como lo fue para Malcolm X y Mandela. Eso prueba que no existe un "Manual de identidades colectivas" que nos diga qué identidad debemos usar para qué cambios: como somos materialistas sabemos que las identidades son instrumentos para el cambio (o para el conservadurismo) y se debe usar una que sea útil para un país en un momento dado, no una que venga en un catecismo. No existen catecismos, los materialistas lo sabemos.

Casi todas estas identidades, además, han buscado raíces históricas que mostraran que no estaban haciendo ninguna marcianada sino lo que es normal en la historia del colectivo transformador. Así lo han entendido perfectamente en América Latina poniendo a Bolívar como referente ideológico, esto es, como fundador de ese patriotismo libertador de la patria grande.

Desde hace casi 80 años en España es dificilísimo encontrar una identidad que aglutine posiciones de cambio. Y la Transición lo hizo aún más difícil. Patria, nación, España... podrían, por qué no, jugar un papel emancipador (como en cualquier otro país sometido al saqueo) pero en España tienen la carga de décadas de fascismo en las que se usó (se usa) España como sinónimo de las élites que saquean y oprimen al pueblo español. Así sucede también con sus símbolos: la bandera rojigualda y la Marcha Real son irremediablemente ajenas para una buena parte del pueblo español. Posiblemente el único símbolo que realmente ha funcionado como unidad es la selección de fútbol y no es fácil imaginar cómo usarla como aglutinante transformador. En cuanto a las raíces históricas hemos dejado bastante descuidada la necesidad de otra memoria de España y sólo en los últimos años ha habido un movimiento de memoria democrática que ha puesto el foco exclusivamente en la II República y la represión fascista posterior.

¿Puede la República jugar el papel aglutinador que movilice al pueblo por el cambio? Hay razones que llevan a pensar que sí. Es evidente que tiene un poso histórico legitimador de muchas de las ideologías que estarán detrás del cambio: desde las basadas en lo territorial (vaya usted con una bandera española tricolor a Cataluña o Euskadi y verá lo bien vista que es) a las realmente liberales y laicas pasando por las posiciones nítidamente de izquierdas. Cuando se prohibió a Garzón investigar los crímenes del franquismo hubo enormes movilizaciones generando las primeras grietas en el edificio de la Transición, que mostraba uno de sus límites infranqueables.

Desdibujando el elemento histórico, que es lo que creo que habría que hacer, la República en España viene de la mano de los valores que reivindica el cambio (servicios públicos, justicia social, igualdad de género, democracia avanzada, racionalidad, laicismo...) frente a la Monarquía (privilegios, corrupción, servilismo al poder económico, discriminación, clericalismo, militarismo, caciquismo...). En el imaginario popular de hoy Monarquía y República son dos nombres para Oligarquía y Pueblo. Y estas semanas o meses próximos muchísimo más.

Más allá de lo simbólico, el cambio viene hoy por oposición a la España de la Transición descompuesta y ya putrefacta. El edificio tiene una clave de bóveda: la Monarquía. La Corona, y especialmente Juan Carlos, definen el régimen político del 78. Para que un partido fuera legal en las elecciones de 1977, las constituyentes, tenía que renunciar a la aspiración republicana siquiera en su nombre. Puede sustituirse uno de los pilares por otro (en el bipartidismo UCD dio paso a AP/PP), pero la Corona es el sostén fundamental del 78 y de la Cultura de la Transición: de ahí que sea tan compacto el cuerpo de cortesanos que ha salido a defender la continuidad dinástica.

Si conseguimos que hable el pueblo, si conseguimos tumbar el pacto de élites en torno a la sucesión, habrá comenzado el proceso constituyente, habrá cambiado todo. Tocará construir y será una tarea difícil pero la iniciativa ya no la tendrán esas élites sino el pueblo que desde diversos frentes habrá arrancado lo que no le querían dar: la voz, la decisión. No hay hoy y aquí un Nosotros más eficaz que la democracia, a la que llamamos República. Juntémonos para que de este caos constituyente que emerje estos días surja un orden popular y democrático al que podamos llamar III República.

  

 

 

 

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